Me hacen mucha gracia esas situaciones en donde, por cortesía o por cobardía, no somos capaces de decir que no. Nos invitan a algo que no nos apetece nada y decimos que sí, por quedar bien. Nos preguntan qué queremos comer, y decimos que nos da igual, por no molestar, aunque en el fondo te apetece una pizza. Te dicen que música quieres oír y respondes, la que tu quieras. Aunque te gustaría oír a Queen.
He de reconocer que yo soy muy así. Bueno, de vez cuando. Es bueno ser una persona flexible, adaptable, poco complicada. Pero aún mejor es ser una persona segura de sí misma. Que no duda en hacer lo que le apetece cuando le apetece. Aunque siendo honesto, vivir en sociedad, convivir con otras personas, requiere un constante tira y afloja, donde a veces te sales con la tuya y a veces cedes un poco. Y eso es perfecto.
No es tan importante hacer lo que quieras como saber qué es lo que quieres y tener la humildad consciente de renunciar a eso que quieres para crear cierta armonía, cierta paz, al interactuar con otros. Lo preocupante es cuando no sabes lo qué quieres, cuando dudas constantemente, o cuando, aún sabiendo lo que quieres, una y otra vez priorizas a los demás. Si nunca te permites el capricho de salirte con la tuya, nunca tendrás el valor de ser dueño de tu vida. Lo cual es el camino de la verdad. El ser verdaderos dueños de nosotros mismos, de nuestras acciones y pensamientos. Y no unas meras marionetas manipuladas constantemente por unos y por otros, y sobre todo, por una serie de ideas ficticias que nos hemos ido creando en nuestra cabeza.
Hay una línea muy fina entre la confianza en sí mismo y el orgullo. Por lo que es importante matizar las diferencias. A veces nos obcecamos en hacer algo, o en que algo o alguien sea como queremos. Hacemos todo lo posible para quedar siempre por encima, necesitamos demostrar al mundo e incluso a nosotros mismos de lo que somos capaces. De que podemos ir más lejos que cualquiera y hacerlo mejor. Pero sinceramente. Eso, no nos aporta paz alguna. Quizá sea un estimulo a muy corto plazo, pero enseguida te sentirás vacío. Por otro lado esta la confianza en uno mismo. Esa confianza que te hace hacer las cosas que sientes que tienes que hacer o que te apetece hacer. Sin presiones, sin demostrar nada a nadie, ni siquiera a ti mismo. Te apetece ir a un sitio y vas, aunque las condiciones no sean favorables. Te apetece comer un comida específica y la comes. Te apetece escuchar una música en concreto y la escuchas, y la disfrutas. Sin preocuparte en que pensarán los demás. Esa es la confianza, no sentirse cohibido.
Si bien es cierto, todo esto es mucho más complejo. Puede que nos apetezcan cosas poco saludables, y ahí entra el sentido común. Que te apetezca hacer algo no quiere decir que tengas carta blanca para hacer lo que quieras cuando quieras. Hay que tener la confianza de saber lo que queremos y la sabiduría de saber cuándo conviene hacer lo que queramos y cuando no. Como ya he dicho, el mero hecho de compartir este planeta con más personas, nos obliga a jugar constantemente a un tira y afloja en donde velar por nosotros pero cediendo para con el resto de los mortales. Y, así mismo, aunque nos encontremos solos, hay que ser sensatos. A lo mejor nos apetece mucho irnos de viaje por Siberia, y confías tanto en ti mismo que estás dispuesto a hacerlo realidad inmediatamente. Pero si es invierno, oye, has de ser sabio, quizá convenga mejor esperarse al verano. Es un ejemplo un poco exagerado. Un ejemplo más sencillo: igual te apetece comer una comida picante, pero tu estomago anda un poco sensible en este momento, quizás sea mejor posponer la comida picante a otro momento. Imagino que me entiendes.
Escúchate a ti mismo, averigua que necesitas, qué quieres. Utiliza tu experiencia y sabiduría, valora si es el momento o no. Observa que no es tu orgullo el que te motiva, sino algo más profundo, honesto y desinteresado. No tengas miedo a lanzarte y lograr lo que quieres. No postergues pero tampoco te precipites, busca el momento más adecuado.