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  • Foto del escritorArmando Molina II

¿Irse al campo para ser feliz? Cómo acabé viviendo en Estrasburgo


En el siglo XX, los jóvenes se fueron moviendo del campo a la ciudad. En el siglo XXI, muchos jóvenes anhelan volver al campo. Nuestro bienestar es difícilmente compatible con el ajetreo de una ciudad, o eso creemos. El problema no es tanto el ajetreo de una gran urbe, sino el identificarse con ese ajetreo.


Si eres capaz de no identificarte y observar conscientemente el funcionamiento de una ciudad, entonces puedes llegar a maravillarte por su belleza. Si te conviertes en un espectador en vez de en un engranaje más, llegarás a asombrarte por cada detalle. Caminar mirando los balcones de los edificios, fijándote en cómo cada uno tiene algún pequeño detalle que lo hace único: una planta, una bandera, una señora que te observa. Caminar observando cómo el andar rápido de los peatones, y el movimiento de los vehículos parecen una bella danza perfectamente sincronizada, con pequeños toques de improvisación, esos pitidos de los coches, las sirenas lejanas de las ambulancias, esos tropiezos por ir mirando el teléfono. Me encantan los pequeños toques de humor como por ejemplo cuando dos personas caminan en direcciones opuestas y ambas se echan a un lado, al mismo lado, y corrigen rápidamente, y vuelven a cambiar al mismo lado, haciendo inevitable que se choquen, hasta que en el último momento se ponen de acuerdo. Observar la vestimenta de cada individuo, ver cómo cada uno necesita sentirse aceptado, ver cómo los grupos de amigos visten todos igual, llevan el mismo peinado, el mismo look, influenciándose los unos a los otros, sintiéndose parte de algo más grande que ellos mismos. O maravillarse al ver a una persona que no quiere ser parte de nada más que de sí misma, y viste de forma única e irrepetible.


Me encanta respetar los semáforos, no cruzarlos en rojo. Lo hago por muchos motivos, todos buenos. Pero el principal, es la necesaria pausa en la vida de la ciudad, todo el mundo va rápido, llega tarde a dónde quiera que vaya, y no son conscientes de que lo verdaderamente importante es el aquí y el ahora, hay que pararse de vez en cuando para disfrutarlo, y los semáforos son la excusa perfecta para hacerlo.


A pesar de que muchos de nosotros somos capaces de observar las maravillas de las grandes ciudades, muchos de nosotros anhelamos una vida más tranquila, en el campo. Dejar nuestro trabajo en la oficina y dedicarnos a nuestra huerta y hacer alguna artesanía o dedicarnos a algún arte que nos llene.


La mayor parte de mi vida la he pasado en el campo, aunque a pocos kilómetros de Madrid, donde he ido prácticamente a diario desde que soy adulto. La verdadera experiencia de campo, alejado de todo, fue en Escocia, pasé seis meses trabajando en un hotel rural, en una aldea de unos cincuenta habitantes. No tenía coche, y la parada de autobús más cercana se encontraba a una hora caminando, normalmente bajo la lluvia. Por ahí pasaba un autobús con muy poca frecuencia, tres o cuatro veces al día, e iba hasta Oban, un pueblo bastante grande, donde podía encontrar casi de todo. Este trayecto era casi otra hora. En definitiva, con tan complicada combinación de transporte, en seis meses habré ido unas cuatro o cinco veces a la civilización. Pasé todos esos meses trabajando y explorando la costa del mar del Norte. Así como las montañas al comienzo de los Highlands.


Viví momentos increíbles, completamente solo en medio de la naturaleza. Contemplé paisajes de película y me vi envuelto en emocionantes aventuras. Pasé seis meses en un teórico paraíso, excepto por el monótono mal tiempo y la típica lluvia, lo cual afecta anímicamente, aunque yo lo llevaba bastante bien por lo general. En cualquier caso, me observaba y me daba cuenta de que no era feliz, echaba de menos la ciudad, echaba de menos el estrés, el ajetreo, el ruido.


Volví a Madrid, viajé mucho. Viví en diferentes países, en grandes ciudades. Y siempre volvía a Madrid. Pero acababa anhelando el campo, la tranquilidad. Así que me instalé en Francia, en una pequeña aldea bretona, de no más de treinta habitantes. El tiempo era poco mejor que en Escocia, pero en esta ocasión tenía coche. Pasaba la semana en la casita de pueblo, tranquilo, y trabajaba de noche en una fábrica de comida preparada. Casi a cero grados durante varias hora me dedicaba a cortar lechugas. No hablaba francés, pero iba aprendiendo. Al tener coche, casi todas las semanas iba a Rennes, la capital bretona. Aunque es una ciudad, es bastante pequeña, y no había mucho que hacer. Era feliz en la tranquilidad del campo, explorando bosques mágicos y observando la naturaleza. Pero por alguna razón no estaba a gusto. Echaba de menos el ruido, el ajetreo, el estrés.


Después de un año de vida tranquila en el campo, me fui a París, donde pasaría año y medio. Disfruté muchísimo de la ciudad de la Luz, pero acabé muy cansado, y muy estresado. Por lo que me moví a Estrasburgo, sede del parlamento europeo y del tribunal europeo de derechos humanos. Estoy aún en Francia, pero en la frontera con Alemania, donde puedo ir a pie desde mi casa, lo cual es una fantástica excursión. No necesito un avión, ni un tren, ni siquiera un coche para ir a otro país. En Estrasburgo llevo casi un año, y a pesar de la pandemia, y de los confinamientos, me encuentro muy a gusto. Es lo suficientemente tranquila y pequeña como para no estresarme, y es lo suficientemente grande como para encontrar todo lo que necesites. La verdad que en mi vida siempre me he ido a los extremos, o aldeas pequeñas o grandes ciudades. Estrasburgo es un perfecto término medio.


A pesar de mi resumida historia, me he dado cuenta de algo muy importante: Si en este instante no te sientes feliz, si sientes que tienes complicaciones en tu vida, si piensas que teniendo una vida más tranquila vas a ser feliz o esos problemas van a desaparecer, entonces, estás cayendo en la trampa. En la trampa de pensar que cambiando nuestra situación exterior, va a cambiar nuestra situación interior. La infelicidad, los problemas, el estrés, te van a acompañar allá donde vayas, sea una ciudad o sea el campo. Es algo que he podido comprobar una y otra vez, y no solo en mi persona. Tengo varios amigos que han dejado todo para irse al campo, y sabéis qué, tienen muchísimos problemas: la huerta requiere mucho más trabajo del esperado, las plantas no crecen como esperaban, y cuando dan sus frutos, los pájaros y otros animales se los comen.


En fin, inconvenientes y problemas los habrá en todas partes, así que depende de ti sobreponerte a todas las adversidades y ser capaz de observar y descubrir cómo maravillarte, ya sea en el campo o en la ciudad.


¿Y tú, prefieres vivir en el campo o en la ciudad?


Pienso, que cuando logres sentirte bien contigo, no importará dónde te encuentres, pero sentirás una noble intuición que indicará hacia dónde tienes que ir y qué tipo de vida has de vivir.


Un buen ejemplo de todo lo que os cuento, lo podéis ver en este capítulo de Los Simpsons.


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