Un rayo de luz cayó del cielo.
Penetró en las aguas cenagosas de un estanque solitario.
Al entrar en este medio desconocido hizo un movimiento brusco de sorpresa.
El lodo del fondo se levantó y enturbió las aguas.
El rayo se identificó con su nuevo entorno.
Y se creyó lodo.
Había olvidado su gloriosa condición de luz solar.
Pasó el tiempo…
El pequeño rayo no sabía el porqué de su miserable existencia.
Más se agitaba, tanto más turbias se volvían las aguas,
y más velado quedaba el recuerdo de su origen.
Pasó el tiempo, mucho tiempo…
Un día,
cansado de revolverse en el fondo del charco,
se quedó quieto.
Quieto
No deseaba nada.
Nada
Lentamente,
Muy lentamente,
las aguas se calmaron.
El lodo se fue posando.
El estanque se volvió transparente.
Y la luz del cielo irrumpió hasta el fondo.
El pequeño rayo recobró la memoria.
Y, dando un salto colosal, se remontó, gozoso, hasta el glorioso Sol.