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  • Foto del escritorArmando Molina II

El Camino de Santiago

Actualizado: 19 oct 2020


Hace justo un año me encontraba haciendo el Camino de Santiago. Probablemente la mayor aventura de mi vida. Y van muchas... como por ejemplo:


Pasar 3 meses en Los Ángeles sin dinero...

Recorrer en autoestop toda Europa, desde Bulgaria hasta España...

Recorrer Estados Unidos y Canadá con muy poco dinero...

Viajar por muchos países sin saber donde dormir, sin dinero y sin hablar el idioma...


En fin, son solo ejemplos de algunas de las aventuras increíbles que he vivido y que me han servido para comprobar una y otra vez que la providencia nunca falla. Hay muchas más aventuras, que encontraréis en mi libro "Hombres de poca fe". Pero entre todas ellas, la más bonita, y la más dura, ha sido recorrer a pie los 900 km que distan entre San Juan Pie de Puerto, en Francia y Finisterre, en Galicia.


Me gusta andar, pero no soy muy deportista que digamos. Comencé el Camino muy motivado, cruzando los Pirineos el primer día a muy buen ritmo. En los primeros tres días recorrí unos 90 km, pero al cuarto día se me bloquearon las piernas, literalmente no podía andar. Eran simples agujetas, pero a un nivel que nunca había imaginado. Tenía todo el cuerpo completamente dolorido e inmovilizado.


Físicamente sufrí mucho, desde el primer día hasta el último. Aparte de las agujetas generalizadas, que duraron casi dos semanas, tuve varios problemas a lo largo del Camino. Desde las rodillas, a calambres en los pies, y a un problema en el tendón de Aquiles, por el cual estuve muy cerca de abandonar. Cuando los problemas musculares fueron desapareciendo, comenzaron las dichosas ampollas. Yo iba muy mal preparado y casi sin información de lo que me esperaba. Entonces, cuando me empezó a salir la primera rozadura en la planta del pie, cuando cada paso parecía que lo hiciera sobre ascuas, lo cual suponía un dolor infernal, entonces apareció la providencia una vez más. No tenía nada que ponerme, más que la piel de un plátano. La verdad que el remedio funcionó bastante bien, al menos antes de que la piel se convirtiese en papilla de plátano. Entonces fue cuando una pareja italiana que conocí me ofrecieron un apósito. Nunca los había utilizado y fueron mano de santo, no creo que hubiese sido capaz de acabar esta aventura sin estas protecciones en mis pies llenos de rozaduras. Aún así, no pude evitar alguna que otra ampolla, las cuales tuve que pinchar y curar para poder andar con normalidad.


Lo mejor de el Camino es que se vive el presente, nos encontrábamos todos los peregrinos tan sumamente cansados que no teníamos ganas de pensar en los problemas que nos esperaban en casa, simplemente nos centrábamos en alcanzar la meta diaria, de llegar al destino que pretendíamos sin rompernos físicamente, siempre al límite. Al enfocar todas nuestras preocupaciones solo a las que teníamos en el momento presente, encontrábamos soluciones inmediatas, como la piel del plátano. Y al no andar preocupados por los problemas, ya que si había uno, se buscaba la solución inmediata, y al estar tan cansados como para no pensar demasiado, pues simplemente nos dejábamos llevar por el maravilloso entorno. Caminábamos en un estado de conciencia enorme, siendo uno con todo y con todos. Nos sentíamos conectados a la realidad, con la naturaleza y con los otros peregrinos. A cada peregrino que conocía le quería como a mi familia, daba igual que solo compartiésemos un minuto juntos o varios días. Peregrinar a Santiago, era en sí mismo, estar en conexión con la fuente divina cada día. Y sin duda, el camino era más importante que la meta.


Es cierto que tenía todo el tiempo del mundo, y aunque estaba acostumbrado a viajar sin dinero, en esta ocasión sí tenía suficiente para cubrir gastos. Los alojamientos en albergues rondaban los 10 euros de media, aunque podías encontrar mucho más baratos, e incluso muchos de donativo, donde dejabas la voluntad. Y en cuanto a las comidas, pues ya dependía de lo que quisieras gastar. Si ibas todo el tiempo a restaurantes pues subía bastante el presupuesto, si ibas a supermercados y cocinabas en la cocina del albergue, o si te juntabas con más peregrinos para cocinar juntos y compartir gastos, pues salía muy barato. Diría que yo tiraba más de supermercado, aunque era raro la mañana que no paraba en un bar a tomarme un pincho de tortilla con una Coca Cola, lo cual era lo que más me apetecía después de horas caminando.


Durante los 34 días que supusieron mi odisea, conocí a gente maravillosa. Había muy pocos españoles, excepto al llegar a Galicia, donde la mayoría eran españoles. Pero durante gran parte del camino los peregrinos eran sobre todo alemanes, italianos, franceses, estadounidenses y coreanos. Creo que esas eran las nacionalidades principales. La mayoría de la gente que me cruzaba no las volvería a ver, a veces caminaba durante horas hablando con una persona increíble para poco después despedirnos y no volvernos a ver. Recuerdo a un anciano francés, de unos 85 años. Me lo encontré descansando en una roca el primer día, en medio de los Pirineos. Me dijo que lo importante era dar un paso sin pensar en el siguiente. Así es como él se proponía llegar a Santiago, a su edad. Ese mantra, de dar un paso sin pensar en el siguiente me acompañaría durante todo el Camino, sobre todo en los días más duros donde me planteaba rendirme.


Aunque a la mayoría de estos peregrinos no los volvería a ver, sí que había varios que me encontraba a diario, varios que llevaban el mismo ritmo que yo. Incluso conocí a dos chicas maravillosas, Vanessza, de Hungría, y Lisa, de Alemania. Al principio íbamos al mismo ritmo, pero pronto Lisa empezó a ir más rápido y tuve una pequeña crisis, ya que debía decidir si ir junto a Vanessza o junto a Lisa. Finalmente, seguí mi intuición y continué con Lisa, con quien viví una historia de amor maravillosa pero imposible, made in Hollywood. Podéis conocer la bonita historia al detalle en mi libro.


Casi todo el mundo que me encontraba hacía el Camino por grandes razones: no eran felices con sus vidas... habían superado un grave enfermedad... se les había muerto un ser querido... Cuando me preguntaban por mis motivos, me daba vergüenza admitir que lo hacía porque me apetecía, que no tenía ningún motivo espectacular como ellos. Pero a pesar de no tener grandes motivos, siempre hay un motivo. Y creo que ese viaje fue el inicio del nuevo rumbo que está tomando mi vida, dedicado a inspirar a los demás, a motivar a las personas a vivir una vida autentica y que merezca la pena.


Os he resumido muy brevemente mi experiencia peregrinando a Santiago, pero como podéis imaginar podría contaros anécdotas durante horas. Si queréis conocer con detalle toda mi experiencia, así como muchísimas más aventuras que he vivido en diferentes viajes, y si queréis conocerme mejor, descubrir cuál es mi filosofía de vida, divertiros y aprender conmigo, os recomiendo que leáis mi libro, "Hombres de poca fe".


Lo podéis encontrar en Amazon.


Si estáis interesados en leerlo pero el dinero supone un problema, no dudéis en contactarme y os envío una copia gratuita en PDF.


Y recordad, en el Camino como en la vida lo importante es dar un paso sin pensar en el siguiente.

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